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“A MORIR AMORES” JUAN PERRO en el TEATRO CIRCO

Entendemos que el carisma es un don natural que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad, eso fue, entre otras cosas, lo que nos regaló Juan Perro, el alter ego de Santiago Auserón, el pasado viernes 9 de Noviembre en el GRAN Teatro Circo de Albacete, el valor incalculable de su carisma.

Su sonrisa, de niño intrépido y travieso, fue parte de la magia y su carisma, porque a veces no hacen falta las palabras cuando las expresiones faciales dicen tanto, porque Santiago Auserón ha vivido, y ha aprendido, y no se cansa de beber el licor de la humilde sabiduría, porque la sabiduría es humilde o no es, y eso también vino a demostrarlo. Cada palabra lanzada entre las coplillas, como él mismo las definía, tenía una intención, probablemente inconsciente, clara: la de dejar boquiabiertas a las personas que en las butacas nos fundíamos con el placer de estar viviendo algo único e histórico, porque Santiago Auserón y Juan Perro son historia viva de la música española, banda sonora de nuestra infancia, adolescencia y madurez.

Perfectamente arropado por dos de los mejores músicos de nuestro país como son Joan Vinyals y Gabriel Amargant, fue desgranando las canciones de su último disco, “El Viaje”, que parte de la herencia de los sonidos afroamericanos y afrolatinos, del blues al jazz anglosajones, el son cubano o las coplas mexicanas.

Una vibración épica nos conmovió a todas las personas que asistimos al anochecer bajo las estrellas del panteón albaceteño, « Hasta en la guerra, el soldado se enamora del canto enemigo. Eso dice mucho de la naturaleza de la música », así quiso hacernos entender el verdadero valor de la música, la música como elemento unificador de culturas, la música como canal espiritual que nos transporta a un mundo que va más allá de las leyes de la física, la música, en definitiva, como una religión sin dios, como un estado alternativo de conciencia, como un archipiélago desierto donde encontrarse con una misma.

Para terminar el show y después de largos minutos de aplausos rendidos volvió al escenario para regalarnos, con su habitual fuerza natural, esa canción descarnada que es Annabel Lee, e incluso, después de mirar con ojos cómplices a sus queridos músicos, improvisar una versión que no tenían preparada y que fue broche final exquisito para nuestro recuerdo, La estatua del jardín botánico cobró vida sobre las tablas, y de píe el Teatro entero aplaudimos hasta que se amorataron las palmas de nuestras manos, y hubo lágrimas de felicidad, y nada puede compararse a algo así, porque esto es la música: una emoción y mucho sentimiento, corazón latiendo con una intensidad al borde de lo mágico.

 

 

Fotografías de @SagriMartínez para El Hombre -music-

Texto de @DavidSarrión para El Hombre -music-

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