Cuando una persona entra a un teatro mantiene un diálogo inconsciente con sus átomos, en el mismo momento en que un cuerpo cruza la primera puerta del teatro sus neuronas se ponen en alerta, la conexión eléctrica de sus adentros le acelera el pulso, la presión cardíaca se convierte en algo parecido a la poesía, predispone a la persona para vivir una experiencia sensorial.
La ciencia lo confirma: “Somos polvo de estrellas”, esa será nuestra licencia poética como ente en movimiento, pero también somos mucho más que eso, somos lo que no se ve en nosotros, somos lo microscópico y lo fundamental, la capacidad de la emoción y el trasfondo de la mirada, somos el oído que recibe las vibraciones del mundo, y en cada vibración subyace el verdadero sentido de estar vivas.
Jorge Drexler conoce los misterios de la canción y la palabra, y en ese misterio que es a veces antojo, y otras veces es un imposible, se mueve como el primer organismo unicelular de este planeta, en agua densa pero con una sublime ligereza, porque Drexler sabe que el “Movimiento” es imprescindible para hacer de una burbuja una racha de viento, y sabe que la racha de viento empuja los cuerpos al fervor del día siguiente, del futuro próximo, de la salvación. Por eso nos salva, porque se ha salvado él muchas veces antes, y ha redirigido la duda, el dolor, la pesadumbre existencial o el desasosiego Pessoiano hacia un lugar más limpio, más seguro, menos hostil, más del pensamiento puro y de la fragancia filosófica, porque Jorge Drexler sabe que UNA CANCIÓN ES PAUSA, es revelación, es luz que guía y es esa cantidad de segundos necesaria que una persona debe de pasar en la oscuridad para valorar el efímero arte de una lumínica fragancia.
Así nos lo transmite, como el chamán que gira en círculos concéntricos para generar la energía suficiente a su alrededor, y así giró en el Teatro Circo de Albacete, con la seguridad de los maestros, con la ambición del que desprecia al tiempo porque sabe que es una medida sin acierto, por eso se deshizo de ella, porque el tiempo no existe cuando formas parte del cuerpo de un instrumento.
Hasta el mismo interior de una guitarra nos llevó el Maestro Drexler con una sencillez tan elegante y sutil que nos hizo pequeños, porque somos pequeños, en una medida universal somos inmensamente diminutos, y cuando una persona toma consciencia de la magnitud del universo reconvierte su destino, se hace, inmediatamente, mejor persona, toma poder sobre las bondades y se limpia, se purifica, se contagia de la verdadera esencia de la vida, de las flores, de los cielos, de la antropología de las células, es ese el verdadero valor del creador: poner de manifiesto que solo somos un milagro genético para poder valorar la vida en sus virtudes y no en sus atropellos.
Fueron dos horas y media de absoluto trance en el Teatro Circo de Albacete, y no fue solo gracias a Jorge Drexler y a todo su equipo humano de profesionales, fue también gracias a las 900 personas que vivimos una experiencia única, única porque Drexler nunca había venido a la ciudad, pero, sobre todo, ÚNICA, porque las personas que lo vivimos sabemos, que algo así sucede pocas veces en la vida, porque vivirlo es un milagro, y después de vivir un milagro “todo se transforma”.
La apuesta de El Hombre –music- por Jorge Drexler fue un éxito, y como todo éxito es efímero, ya seguimos trabajando duro para poder seguir ofreciendo experiencias y emociones que tengan que ver con la música, pero sobre todo, con lo humano.
GRACIAS, a todas las personas que unificamos energía el 5 de Mayo, no olvidaremos nunca los minutos plenos.